miércoles, 10 de diciembre de 2014

Los Contínuos Desafíos De Garbancita

A día de hoy Garbancita tiene 18 meses, y creo que cada día que pasa me siento más inútil con ella. Es lo mejor que me ha pasado en el mundo y la quiero con locura pero me hace sentir muy inútil y muy mala madre, más de una vez le he dicho "hija que ingrata eres".

Y es que yo he cambiado mi vida completamente por ella, porque quiero verla crecer, quiero vivir cada cosa con ella, quiero estar presente en todos sus descubrimientos, quiero estar con ella sin más.

Pero por suerte, con los tiempos que corren, tengo trabajo y no he podido cuidarla todo lo que me hubiera gustado, a sus 5 meses y medio me incorporé a trabajar y ella pasaba todo el día con su padre.

Ya de bebé por las noches sólo quería estar con él, era con quién más se tranquilizaba. Yo ponía todo de mi parte pero la niña no me quería.

A la hora de comer nos pasa lo mismo, Garbancita a mí me vacila, yo me armo de paciencia, le canto, le hago juegos, le pongo los dibujos, pero ella dice "no, no, no" y conmigo no quiere comer. Y cuando digo que no quiere comer es que no se toma ni una cucharada. Llega su padre, se sienta coge la cuchara y en menos de 5 minutos Garbancita se ha comido todo el puré. Yo me quedo alucinada.

Luisín siempre me dice -"es que tú no le cantas, no le hablas, y por eso no come contigo. Te tienes que sentar tranquila y hacerle títeres, ya verás como ella come", es más, en más de una ocasión me ha culpado a mí de no quererle dar de comer. Así que yo le he dicho, "quédate y ves lo que me hace". Me ha costado meses y meses que se diera cuenta que realmente es cierto lo que yo digo. Conmigo no quiere comer. Y a mí eso me frustra mucho. Es más la niña prefiere comer con mi madre antes que conmigo, así que cuando está mi madre yo le dejo a ella que le de de comer y así disfruta de su nieta.

Ya más o menos lo llevo bien, me he resignado, pero ha habido una época en la que le cogí auténtico miedo a Garbancita, era llegar la hora de la cena que era cuando yo se lo tenía que dar (porque claro Luisín ya le daba el desayuno, la comida y la cena) y me temblaba todo el cuerpo porque me pasaba todo el día pensando en el pollo que me iba a montar. Pero yo me armaba de paciencia y hacía lo que podía, que en realidad no me servía para nada porque ella se negaba a comer conmigo en rotundo.
 
Así que había días que si podía me escaqueaba, no sin antes llevarme la reprimenda de Luisín que decía que yo huía de darle de comer. ¿Pero y cómo no iba a huir? ¿Qué necesidad tenía yo de pasar esos nervios continuos cuando con su padre comía en dos minutos?
 
Si estamos en casa ajena o comemos fuera yo me pongo de los nervios, porque sé que me toca a mí darle de comer por regla general porque Luisín siempre tiene mil cosas que hacer y nunca está a la hora que lo necesitamos...(le reclaman para todo) así que lo que hago es: primero retraso la hora de darle de comer por si por algún casual vienen mi madre o Luisín y me quitan esa tarea y segundo si hay alguien mirando que no sea de confianza yo me pongo muy nerviosa y es peor aquello que los gritos de Garbancita así que vernos a las dos en la hora de la comida es un show.
 
Para estas situaciones ya he tomado una determinación y es que si estamos cerca de casa y Luisín no está para darle de comer nos vamos a casa y allí le doy de comer, que es un trastorno sí, pero yo tengo que buscar mi seguridad y para mí es esa, estar en un lugar que nos resulte familiar y donde no nos vea nadie.
 
Pero es que a la hora de dormir pasa lo mismo, si yo la cojo para dormirla en brazos a mí me protesta, me chilla, me llora, se me levanta... Pero es cogerla su padre y ella quedarse quietecita y tranquilita y ponerse a dormir.
 
Yo me pongo de los nervios porque ¿qué hago yo mal para que no quiera dormirse conmigo?. Pues sí así es. Todo es papá, papá, papá.
 
Cuando está malita tiene mucha necesidad de dormir con nosotros, ella está más tranquila y duerme mejor, pero como a su padre se le ocurra levantarse de la cama para ir al baño o para lo que sea, ella se pone a gritar sin consuelo, como si su padre la fuera a abandonar. Yo le digo: "tranquila que está mamá aquí", pero a ella le da lo mismo, sólo quiere a papá.
 
Si estamos en la calle o en casa y se cae o se da un golpe ella sólo encuentra consuelo en su padre. Yo puedo cogerla y abrazarla pero como esté su padre cerca, ella le echa los brazos a él y sólo quiere estar con él.
 
Y así mil situaciones más, así que tengo miedo de quedarme sola con Garbancita porque en cualquier momento se da cuenta de que no está su padre y el número que me monta a mí es de órdago!!
 
Todo hay que decirlo y es que Luisín es un padrazo, han estado un año entero sin separarse apenas. Pero también es muy recto con ella, yo le consiento todo con tal de que me quiera un poco, pero al padre le respeta bastante más que a mí y Luisín siempre dice: "es que a los niños les encantan los límites y como tú no se los pones...", frase que me hace mucha gracia que el que no se consuela es porque no quiere.....
 
Vamos que mi hija no me quiere.... tanto como a su padre.
 

jueves, 20 de noviembre de 2014

La Primera Navidad De Garbancita


Con los seis meses también llegaron las navidades y la primera bronquiolitis. La verdad es que a mí las navidades me encantan y con la niña era como que tenían más emoción.

Nochebuena y Navidad nos tocó en Galicia. Para mí eran las primeras navidades con Garbancita y la primera vez que iba a salir un poco de la rutina, eso me hacía sentirme insegura y ansiosa, el darle de comer, dormirla y estar en sitio distinto al nuestro era algo superior para mí. Pero teníamos que cumplir con la familia paterna así que era el momento de hacer de tripas corazón.

Acostumbrarse a otro ambiente le costó un poco, pero bueno éramos muchos para estar pendientes de ella. La noche de Nochebuena la vestí de Papá Noel toda de rojo guapísima y nos fuimos a cenar a la casa de la hermana correspondiente. Garbancita no paraba de mirar, estaba alucinada con las luces, la gente, la casa... empezamos el primer plato y ella no tenía intención de dormirse pero eso sí sólo quería estar en brazos de su padre o de su madre. La intentamos llevar a una habitación a parte varias veces para que se durmiera pero como es un PequeñoSuricato le pudo la curiosidad. Así que nos costó varios paseos dormirla porque ella no se quería perder nada de la cena. Ya casi en los postres cayó rendida y la acostamos en una cama pero cuando la cogimos para llevárnosla a casa se despertó y ya tuvimos "fiesta" toooda la noche.

Nochevieja tocó en mi casa del pueblo. Llegamos de Galicia unos tres días antes. Y ella ya se la veía un poco pachucha, tenía mucha tos, mocos y estaba apagada, pero bueno pensamos que era fruto del tiempo. El mismo día de Nochevieja nos tuvimos que ir con ella a urgencias a las 6 de la mañana, no habíamos podido dormir en toda la noche porque se asfixiaba, nosotros le aspirábamos los mocos, le pusimos cebolla en la habitación, le dábamos agua, pero nada la niña no era capaz de respirar y menos de dormir.

Como ya os he dicho soy de un pequeño pueblo de Cáceres y allí para poder ir a urgencias tenemos que hacer media hora de viaje como poco. Así que imaginaos con el frío que hace, la niña tan malita y montarla en el coche helado. En fin una odisea.

Llegamos y para colmo no había pediatra en urgencias,  pero aún así nos dijeron que la atendería una doctora. Doctora que por cierto se portó muy bien con nosotros. En consulta nos dijo que Garbancita tenía bronquiolitis. ¿Bronco que? yo cuando escuché esa palabra casi me da algo. Ay que mi niña tenía bronquiolitis... sólo quería llorar. En realidad no sabía lo que era pero me sonó muy mal.

Bronquiolitis: es una enfermedad frecuente del aparto respiratorio, provocada por una infección que afecta a las vías respiratorias diminutas, denominadas "bronquiolos", que desembocan en los pulmones. Conforme estas vías respiratorias se van inflamando, se hinchan y se llenan de mucosidad, lo que dificulta la respiración.

La doctora nos tranquilizó y nos dijo que había que ponerle una mascarilla para que ella aspirara la medicación que le iban a poner. Yo me llevé las manos a la cabeza, "cómo iba a aguantar la mascarilla si no paraba quieta un minuto". Mi estado de nervios era tal que tuvo que cogerla su padre y sujetar él la mascarilla porque yo era incapaz, para mi asombro lo aguantó perfectamente.

Nos dijeron que por la tarde teníamos que volver para ponerle esa misma medicación otra vez, y al día siguiente tendríamos que volver otras dos veces para que Garbancita se fuera encontrando mejor y pudiera respirar.

Esa misma mañana de vuelta a casa ella ya iba más tranquila porque podía respirar un poco mejor y la tos la tenía un poco más suave. Estuvo todo el día muy apagada. Pobrecita mía que despedida de año iba a tener.

Por la tarde dejamos en casa a toda la familia preparando la cena y nos fuimos mi madre y yo otra vez al centro de salud. Yo estaba de los nervios sólo de pensar que había que ponerle la mascarilla, pero mi madre que tiene más aplomo que yo me dijo: "tú no te preocupes que yo se la sujeto", y efectivamente con ella la niña se portó muy bien, a los 10 minutos de mascarilla ya estaba un poco cansada pobrecita, pero le puse los Cantajuegos en el móvil y aguantó hasta el final tan tranquila.

Esa mascarilla nos permitió pasar una buena cena, ella estuvo todo el rato con nosotros mirándonos y jugando, se notaba que respiraba mejor y estaba más tranquila.

Yo soy muy supersticiosa y con el momento de las uvas me pongo muy nerviosa (y con qué no si me ahogo en un vaso de agua). Mi preocupación era si a Garbancita le entraba el sueño y se dormía se iba a despertar sobresaltada al escuchar los petardos y el escándalo en la calle y ya iba a estar nerviosa toda la noche. Su tranquilidad para mí era lo primero. Pero Garbancita aguantó hasta las 12.00 de la noche y sin una muestra de sueño. Vivió los petardos, los brindis, el escándalo... un poco asustada pero bien. Aguantó tan bien que luego tuvimos fiesta toledana toda la noche.

Con el tiempo me enteré de que el ventolín que era lo que a ella le ponían en los aerosoles les altera muchísimo cuando son tan pequeños y a mi Garbancita le ponía como una moto por eso el día de nochevieja no hubo manera de que se durmiera, al fin y al cabo, no hay mal que por bien no venga.
 
Al día siguiente decidimos venirnos a Madrid porque tener a la niña en carretera tantas veces al día no nos hacía mucha gracia y aquí el hospital lo tenemos al lado. Así que nada, lo primero que hicimos nada más llegar fue ir al hospital porque como hacía mucho que no lo visitábamos.....

lunes, 27 de octubre de 2014

Y a los 6 meses llegó la AC

Pues sí mi meta eran los tres meses y ni que decir tiene que yo apenas noté el cambio, ella seguía igual de llorona, de mala comedora y sin sujetar el chupete... Vamos como me dijo Luisín que de un día para otro no iba a cambiar. Lo único que con tres meses están más hechos, son como más personitas, ya se ríen y hacen muecas que hacen que se te caiga la baba.
 
Como había llegado a los tres meses y no experimenté ningún cambio en ella decidí ponerme otra meta, y esta era la de los seis meses.
 
Así que esperé con ansias los seis meses por ver si la situación mejoraba un poco, por lo menos dormir algo más. Yo a sus 5 meses había empezado a trabajar y había días que llegaba zombi, vamos que el camino al trabajo lo hacía por inercia porque iba con los ojos abiertos pero realmente dormida.
 
Con los seis meses llegó el cambio de alimentación o como dicen los entendidos la AC (alimentación complementaria). Por un lado estaba deseando poderle dar cosas nuevas a Garbancita a ver si eso le gustaba más que la leche pero por otro lado me daba mucho miedo empezar con la cuchara, ¡a saber cómo iba ella a comer con esa cosa tan nueva!...
 
He de decir que a los cinco meses o así le empezamos a dar unas galletitas que hay para ellos que se deshacen con mucha facilidad en contacto con la saliva. Ella se las comía muy bien y aprendió a no atragantarse.
 
Primero empezamos con los cereales en la leche, al principio dos o tres cucharadas de cereales sin gluten claro. Se lo tomaba con la leche del biberón, es decir, a regañadientes. Así que unas veces se lo tomaba, otras gritaba y otras lo vomitaba. Así que cuando tuvimos que ir subiendo las cucharadas de cereales no nos quedó más remedio que hacerlo en papilla y dárselo con cuchara. Santa paciencia la nuestra. Porque al principio se tomaba dos, tres o cuatro cucharadas y el resto de la papilla quedaba esparcido por la trona, la mesa, nuestra cara y la ropa. Pero claro tampoco la culpo a ella, no tiene que ser nada fácil eso de aprender a comer con cuchara...
 
Enseñarle a comer con cuchara nos costó una semana más o menos, porque por lo que he oído a otras madres los niños que son tragones no notan ni el cambio, pero los que son malos comedores como esta mía sufren un período de adaptación.
 
Recuerdo que las primeras cucharadas se las dimos de puré de frutas. Cuando le dimos el primer puré de frutas a Garbancita coincidió con que mi suegra estaba de visita en casa. Mi suegra que ha criado a cuatro hijos y cinco nietos. Así que ella muy salerosa dijo: "dejadme a mí que yo se la doy". Así que cogió a la niña en brazos y le intentó dar la primera cucharada. La niña se puso a llorar y escupió toda la cucharada. Con la segunda se puso a gritar y también la escupió. Yo estaba de los nervios de sólo oírla gritar. Así que mi suegra agarrócon más seguridad a la niña y le dijo: "si bruta eres tú, más bruta soy yo y la fruta te la vas a comer". Claro la mujer por ayudar y querer que la niña se tomara la fruta la primera vez con ella. Pero Luisín y yo conscientes de que para Garbancita esto era un proceso le dijimos que lo dejara, que ya se la comería al día siguiente. Así que ella muy obediente lo dejó y Garbancita descansó.
 
Con la fruta nos las vimos y nos las deseamos porque ella no la quería de ninguna manera. Probamos a meterle cereales en la fruta, a dársela caliente, a meterle un poco de leche, nada nos funcionó. Yo en mi desesperación y mi angustia de madre primeriza hablé con varias amigas. Algunas me dijeron que sus hijos tampoco querían la fruta y se la habían dejado de dar, otras que los suyos se comían a "Dios por los pies" si era necesario con tal de comer y mi amiga Vero (que es madre de dos mellizos Carla y Hugo mayores que Garbancita un año) me dijo que los suyos que comían muy bien también les costó mucho la fruta pero que había unas papillas que se llamaban "papillas de iniciación a la fruta" que a los suyos les fue muy bien, que probara.
 
Y como nosotros probábamos con todo pues allá que fuimos a la farmacia a por ellas. Yo nada más ver que eso se hacía con leche pensé que no lo iba ni a probar pero cual fue nuestra sorpresa cuando la primera tarde que se lo dimos se la tomó entera. No era un plato muy grande la verdad pero para nosotros fue un auténtico logro.
 
 
Con las verduras nos costó bastante menos. Ya se había acostumbrado a la cuchara así que lo que más le podría costar era el sabor nuevo. Cuando Luisín terminó de hacer ese primer puré y vi ese color verde con mi habitual "optimismo" pensé "eso no se lo come ni de coña". Pero una vez más ella me hizo "zas en toda la boca". Se lo comió fenomenal. Y es que a partir de ese momento descubrimos que Garbancita era más de salado que de dulce. Con lo cual para nosotros fue una tranquilidad porque si no quería leche sabíamos que por lo menos puré sí comía. Y algo era algo.
 
A partir de los seis meses tengo que decir que nosotros, Luisín y yo empezamos a ver un poco la luz, un hilito muy fino pero ya era algo.

jueves, 16 de octubre de 2014

Experimentando Cambios

Tener hijos es una experiencia maravillosa, pero también te cambia la vida por completo. Y en mi caso cuando digo por completo es por COMPLETO.
 
Pierdes tu independencia de manera total, ya no tienes ni un minuto de tu tiempo para dedicarte a ti.
 
Atrás quedan esas salidas nocturnas con amigos hasta las tantas de la madrugada para quedarte en casa y aprovechar las pocas horas de sueño que te deja Garbancita.
 
Atrás quedan esos "domingos Ikea" en los que estás de la cama al sofá y del sofá a la cama después de haberte levantado a las 13.00H del mediodía.
 
Atrás quedan esas largas jornadas en la peluquería para tener tu pelo sano e hidratado cambiándolo por una coleta el día que te da tiempo hacértela, si no, te vale con la del día anterior.
 
Atrás quedan esas apetecibles duchas en las que ponías tú música y te duchabas tranquilamente, dejando incluso que la mascarilla acturara sus 10 minutos de rigor, ahora ya no te echas ni mascarilla y con mucha suerte te echas champú porque siempre vas con prisas.
 
Atrás quedan esas bonitas tardes de paseo por el centro comercial visitando todas las tiendas y eligiendo modelitos para las salidas nocturnas o futuros eventos. Ahora no tienes salidas nocturnas, tienes que renunciar a los eventos y lo de pasear por el centro comercial con un niño para comprar ropa es algo impensable.
 
Atrás quedan esas comidas y cenas con amigos con su típica sobremesa que se alarga hasta las tantas, ahora ya no hay ni comidas ni cenas fuera de casa y si las hay estás continuamente mirando el reloj porque es la hora de la siesta de Garbancita, o la hora de la comida, o la hora del baño o la hora de algo...
 
Atrás quedan esos días de muñeca sin reloj donde ibas y venías adonde querías y te daba la gana sin preocuparte por la hora, no tenías prisas para nada e ibas siempre a tu aire. Ahora el reloj es mi mejor amigo y si no tengo reloj estoy perdida.
 
Atrás quedan esas visitas al cine para poder hablar con el resto de la sociedad de la película de moda, por no ver no ves ni la tele.
 
Atrás quedan esas largas noches acurrucada en la cama bajo el nórdico sin ningún tipo de interrupción. Ahora mis noches son paseos a la luz del móvil para ir a la habitación de Garbancita y pequeños codazos con Luisín para saber a quién le toca esa vez ir.
 
Atrás quedan tus caprichos o regalos para ti, ya todo es para ella, siempre necesita cosas y ahora crecen muy rápido. 
 
Como madre pasas a un segundo o tercer plano con respecto a todo el mundo, tú ya no importas, sólo importan ellos, en mi caso Garbancita.
 
Recuerdo como mis padres entraban por la puerta de casa después de casi un mes sin vernos e iban directamente a la niña, yo me quedaba ahí en la puerta esperando mis dos besos o mi saludo pero sólo importa ella. 
 
Una vez que das a luz nadie te pregunta cómo estás o qué necesitas, sólo importa cómo están ellos (los bebés) y su bienestar. Nadie valora tu esfuerzo de llevar 9 meses a esa cosita ahí dentro y de cuidarla de la mejor manera posible, nadie valora tu sufrimiento durante el parto y mucho menos después del mismo.
 
Nadie tiene la suficiente capacidad de empatía para ponerse en tu lugar y saber cómo te sientes. Son muchas cosas en muy poco tiempo.
 
Pero creo que todo esto es normal, un hijo es lo más grande que te regala la vida y estamos tan absorbidos por este nuevo ser que nos olvidamos de todo lo que nos rodea, es verdad que te sientes tan tan responsable del bienestar de esta personita que todo lo demás pasa a un segundo plano.
 
En mi caso tengo que decir que yo vivo para, por y con Garbancita, me siento culpable hasta del día que cojo tráfico para volver a casa y pierdo ese rato de estar con ella. Echo de menos algunas cosas de mi vida anterior, como dedicar más tiempo a mis amigos, pero renuncio a lo que haga falta para estar y poder disfrutar de ella.

lunes, 6 de octubre de 2014

Lactancia materna Sí pero no siempre se puede

Sé que mucha gente criticará esta entrada, pero yo necesito contar mi experiencia con la lactancia materna.
 
Estoy harta del misticismo que se ha creado alrededor de la lactancia materna y de que es lo mejor para el bebé, cosa que yo no dudo en absoluto pero hay veces que no se puede y que lo mejor para el bebé quizá sea la leche de fórmula.
 
A lo largo de todos estos posts os he ido contando mi odisea para que Garbancita comiera, aún hoy lo recuerdo y se me encoge el corazón. Ella no fue capaz nunca de engancharse al pecho, lo hacía con pezonera y con eso conseguíamos que comiera algo. El tema biberón se nos dio mal porque aunque con la pezonera sí comía con el biberón se negaba... no sé, cosas muy extrañas. Aún así ella gritaba mucho cada vez que tenía que comer, era un llanto desconsolado y un caos para mí que acababa de los nervios, con un dolor horrible en el pecho y manchada de arriba a abajo. A parte de un sentimiento de impotencia que me acompañaba diariamente.
 
Yo ya de por sí tenía una depresión post parto tremenda que se me vio acrecentada porque Garbancita no dormía nada y yo estaba todo el día echa polvo, la episiotomía que no me dejaba moverme y que me dio fiebre y una mastitis que me mataba de dolor y no me dejaba mover un brazo, a parte de todo esto estaba el tema de la lactancia. Sólo pensar que cada tres horas tenía que enfrentarme a los gritos de Garbancita y al sentimiento de inutilidad e impotencia me hacía estar todo el día de los nervios, histérica, con el corazón en un puño y llorando sin parar. Llegó un punto en que lo único que quería era tirarme por la ventana, no tenía fuerzas para nada más.
 
Yo quería dar el pecho a mi hija, pero os aseguro que si en esos momentos me hubieran quitado ese peso de encima yo hubiera estado más tranquila y podría haber cuidado de ella mejor.
 
Todo el mundo se empeña en que la lactancia materna es lo mejor y que es como mejor se crían los niños sin pararse a pensar en cómo está la madre porque si ella está mal el niño se contagia.
 
Luisín me dijo que aguantara con el dolor de la episiotomía para no tomarme nada y poder seguir dando la leche a Garbancita, mi madre me dijo que sí o sí le tenía que dar teta porque era lo mejor para ella y la mayoría de pediatras y matronas que visité me hicieron que me pusiera en un segundo plano yo para sólo poder dar la teta a Garbancita, haciendo caso omiso de lo que yo les contaba y cómo yo me encontraba. 
 
Yo estaba tan tan mal que tuve que ir a un psiquiatra y todo porque veía que si continuaba así al final cogería manía a la niña. La psiquiatra me entendió a la primera y me dijo que en cuanto pudiera dejara el pecho para poder tomarme algo de medicación y remontar y así poder estar bien para cuidar de mi hija.
 
A los dos meses y medio que ya no podía más, con la ayuda de Susana (la matrona que ya os comenté que me ayudó tanto y que ya no está entre nosotros) decidí con todo sentimiento de culpa dejar el pecho. Había tocado fondo. Para mí era muy muy duro estar con esa angustia continua.
 
Recuerdo que mi madre me decía: "pobrecita esa niña que con lo poco que comes tú, tu leche no le alimenta, ella necesita biberón". Y cuando le comenté que iba a dejar el pecho me dijo: "ay mi niña pobrecita que su madre le va a dejar de dar el pecho y le va a dar leche de bote". Vamos que una cosa estaba mal y la otra también. Con lo cual yo me sentía cada vez peor mala madre.
 
Me costó mucho dejar el pecho, primero psicológicamente y luego físicamente, la leche no se me retiraba y tuve mucho mucho dolor. Fueron cuatro días de morirme.
 
Después de esto vino la odisea de enseñar a Garbancita a que cogiera el biberon, pero eso será otro post.
 
Una vez que ya había dejado la lactancia, empecé a tomarme la medicación que me dijo la psiquiatra y tengo que decir que "benditas pastillas" porque en tres días yo era otra persona, tenía más ánimo, más fuerza (no mucha más pero algo sí) y más ganas de estar con Garbancita. Esto me hace pensar que si esta decisión la hubiera tomado antes yo habría sufrido menos y disfrutado más de mi reciente maternidad.
 
Con esto quiero decir que toda madre quiere lo mejor para sus hijos, es pura naturaleza pero no siempre se puede y el dar leche de fórmula a un hijo no significa ser peor madre, significa que por unos u otros motivos es otra elección y hay que respetar la decisión de la madre sin cuestionarla lo más mínimo.  Estamos en el siglo XXI y las leches de ahora no tienen nada que ver con las de hace 15 años, el mundo avanza y con ello nuestro desarrollo.
 

jueves, 25 de septiembre de 2014

Odiando todos los ruidos de mi alrededor

Pues ya sabéis más o menos cómo era mi vida con Garbancita, Garbancita hasta los tres meses más o menos porque a partir de ese momento se convirtió en un PequeñoSuricato, no quería perderse nada de lo que le rodeaba. Estaba siempre atenta a todo, incluso luchaba contra sus ojos para no dormirse y no perder ripio de su mundo.
 
Recuerdo que cuando ella cumplió los tres meses (mi primera meta) estábamos en Galicia. La verdad es que el cambio como bien decía Luisín no lo noté mucho, ella seguía siendo puro nervio, seguía sin comer y dormía muy poco. Pero sí tengo que decir que por primera vez en tres meses yo me sentí un poco más liberada.
 
En Galicia está toda la familia de Luisín y para mi suerte son tres hermanas, su madre y una sobrina con lo cuál siempre había alguien que quería tener a mi PequeñoSuricato en brazos. Así que después de tres meses experimenté lo que era darse una ducha de diez minutos y poder aclarar el pelo con tranquilidad, comer sin necesidad de ser un pavo y salir a la calle a hacer mis cosas, algo que tenía más que olvidado.
 
Las hermanas de Luisín tenían los nervios de acero y si mi PequeñoSuricato lloraba y gritaba mucho ellas no se acobardaban y la cogían y la paseaban hasta que ella por fin se callaba. Llegaron a conseguir incluso que el PequeñoSuricato durmiera en el carro yendo por la calle. Cuando conseguieron eso yo casi me muero de la emoción. Mis ojos no daban crédito a lo que estaban viendo, ¡¡ Algo completamente utópico, PequeñoSuricato dormida en el carro!!!
 
Esto fue de camino a un centro comercial así que en cuanto la vi dormida rogué que por favor se hiciera el silencio, algo imposible sabiendo que estábamos en la calle, pero yo no quería (aunque daba igual lo que yo quisiera) que ella despertara, la veía tan tranquila y feliz... Así que a partir de ese momento cada vez que ella se dormía en el carro (en contadas ocasiones y 10 minutos como mucho) odiaba todos los ruidos de la calle. Me volví una loca.
 
Si pasaba un coche tocando el claxon yo quería matar al conductor. Si pasaba una moto quería pincharle las ruedas, si había niños jugando quería que viniera Herodes, si alguien tiraba una bolsa de basura al contenedor me parecía que no era el momento de levantar la tapa, si pasaba alguien en un patinete deseaba que se rompiera una rueda, si alguien arrastraba una silla quería gritar que se estuvieran quietos, si sonaba una pelota contra el suelo quería cogerla para tirarla a un tejado....Vamos todo lo que os cuente es poco. Me volví una paranoica de los ruidos y todos me sentaban muy muy mal, podrían despertar al PequeñoSuricato y yo no lo podía consentir.
 
Aún así todos mis esfuerzos eran en vano, porque ella por muy feliz que estuviera dormidita sus biorritmos y su curiosidad no la dejaban dormir más de diez minutos seguidos, así que bueno aprendí a convivir con mi corazón encogido para que nada la despertara durante el tiempo que ella dormía.
 
Cosas de una madre desbordada por la situación....

lunes, 15 de septiembre de 2014

Cómo descubrimos un truco para que Garbancita comiera

Pues así estábamos todos los días probando cosas nuevas, o buscando trucos para que ella tranquilizara y comiera un poco. Algo que le tranquilizaba mucho era el chupete, pero era incapaz de sujetarle, así que tuvimos que ingeniar miles de cosas para que ella pudiera sujetar el chupete sin nuestra ayuda. Llegué incluso a cosérselo a un du-dú para que cuando durmiera no se le cayera, pero nada sirvió, siempre se le acababa cayendo. Lo único que me quedó por probar fue pegárselo en la boca con celo, pero aquello ya me parecía demasiado.
 
Así que nada, todo el día con ella en brazos y sujetando el chupete con mi pecho.
 
En agosto decidimos irnos unos días con mi familia a ver si con un poco de ayuda yo podía remontar. Yo soy de un pueblo muy pequeño de Cáceres que está a 250km de Madrid, unas dos horas y media de viaje.
 
Por un lado me apetecía poder delegar en alguien pero por otro lado el pensar en las dos horas y media de camino con Garbancita llorando a moco tendido, me daba pavor. Así que Luisín decidió que entrenaríamos unos días antes, sí sí entrenar a Garbancita para un viaje largo.
 
Nuestra primera prueba fue ir al Xanadú (el centro comercial de la nieve como dicen aquí en Madrid), apenas 20 minutos de viaje. ¡¡¡Madre mía qué 20 minutos!!!. Sólo montarnos en el coche ya empezó a llorar, y a los dos minutos  empezó a gritar, así hasta que llegamos al destino. Cuando la cogimos para bajarla del coche tenía un ataque de nervios pobrecita... pero al ponerla en brazos se calmó. Menos mal pobre...
 
Bueno pues decidimos dar una vuelta por el centro comercial para que ella se tranquilizara y poder hacer el viaje de vuelta, con tan "buena suerte" que le llegó la hora de la toma. Buscamos la sala de lactancia, que la verdad tengo que decir que era preciosa, limpia y grande (porque lo de las salas de lactancia es otro post, he visto cada cosa) pero allí había más mamás y más bebés comiendo tranquilamente, así que yo fui incapaz de darle el pecho allí delante de nadie porque sabía que se iba a poner a gritar y alteraría a todos los niños de la sala. Así que le dije a Luisín que preparara un biberón, yo intentaría dárselo a ver qué pasaba. Aún sabiendo que no le gustaban las tetinas ni los biberones.
 
Luisín me preparó el biberón mientras yo la sujetaba a ella en brazos. Alucinaba viendo cómo comían de la teta los bebés de mi alrededor, aquello me parecía irreal. No sabía lo que era una toma sin un llanto, sin un grito y sin ponernos llenas de leche las dos.
 
Con toda nuestra santa paciencia empezamos a darle el biberón, primero sentados en los sillones que había en la sala de lactancia, donde estaban el resto de mamás, pero nada más empezar, ya comenzaron los números y los títeres, así que con los primeros gritos yo me puse muy nerviosa y decidí que era mejor meternos en un baño que había dentro de la sala de lactancia. Allí nos metimos porque si Garbancita lloraba, los otros bebés no estaban tan al lado. Y empecé otra vez a darle el biberón, pero no había manera. No quería y no quería.
 
Mientras yo peleaba con ella, a Luisín se le ocurrió lavarse las manos y secárselas con el secamanos, un secamanos viejo y antiguo que hacía un ruido espantoso, pues no sé qué le pasó a Garbancita pero fue escuchar semejante ruido y beberse el biberón de golpe. Yo miraba alucinada mientras le decía a Luisín que no quitara las manos de debajo de ese cacharro. Fue la primera vez que se tomó 90ml de biberón sin rechistar. Aquello me pareció maravilloso, se me cayeron hasta las lágrimas. No cabía en mí de gozo. Tanto es así que aquel biberón lo guardé como oro en paño aunque nunca más lo quiso.
 
A la siguiente toma, ya por fin en casa, probé a darle el pecho como acostumbraba, con mi pezonera, sin sujetador, con una toalla para limpiarnos pero además le dije a Luisín que tuviera el secador cerca por si acaso había que ponerlo. Y así fue, ella empezó a gritar nada más empezar a succionar, y fue ponerla el ruido del secador y ella chupar y chupar sin rechistar.
 
Para mí aquello fue ver el cielo abierto, por fin podía dar de comer a Garbancita. Habíamos descubierto el milagroso ruido del secador. Desde entonces el secador cambió de sitio, siempre estaba a mi lado y si salíamos a algún lado venía con nosotros. Tengo que decir que unas veces le funcionaba y otras no, pero por lo menos comía algo más.
 
Claro como el secador era grande empezamos a buscar algo que hiciera un ruido semejante y pudiéramos llevar o usar por la noche, porque poner el secador de madrugada como que nos daba mal rollo por los vecinos. Después de probar y probar ruidos, al final descubrimos una lima eléctrica que tenía para las uñas que no sé ni cuándo habría comprado y que a ella le calmaba, no tanto como el secador pero algo era algo.
 
Imaginaos la cara de la gente cuando venía a casa y nos veía: yo dándole el pecho, ella gritando, el padre con el secador en la mano como si de una pistola se tratase y yo al primer grito le decía a Luisín "dale al secador", y ella empezaba a comer, si paraba y empezaba a gritar otra vez le decía "dale más potencia" y con la máxima potencia comía un poco más.... Aunque lo que se dice comer no era su fuerte.
 
Vamos todo un show, o ¿me vais a decir que no?

lunes, 1 de septiembre de 2014

La aventura de salir a la calle

Después de unas estupendas vacaciones pegada a Garbancita, empezamos con la rutina... ¡Nueva entrada!
 
Pues como ya os he dicho Garbancita no dormía apenas como no fuera en brazos, y comer lo llevaba bastante mal, cada vez que le acercaba al pecho gritaba como una loca, no había consuelo, y con el biberón le pasaba más o menos lo mismo. Para que se tomara 30ml de biberón teníamos que pelear muchísimo.
 
Lo de salir a la calle era otro tema, por supuesto odiaba el carro, era meterla en el cuco y ella empezar a llorar sin consuelo. Un día haciendo la compra en el Carrefour, me paró una chica que también llevaba una bebé de días. Me contó que a ella le había pasado igual con el cuco pero que fue poner a la niña en el maxicosi y todo cambió porque así ella no iba tan tumbada y podía ir contemplando el paisaje. Y yo como estaba desesperada decidimos comprarlo.
 
La pusimos en el maxicosi todos llenos de esperanza, pero nada de nada, lloraba igual. Otro acto fallido.
 
Probamos a ponerla en la hamaca, una hamaca que llevaba su balanceo y todo, a la que le añadimos unos preciosos muñequitos,  pero nada de nada sólo quería estar en brazos.
 
Así que para salir a la calle empezamos a utilizar la mochila portabebés, un regalo que me hicieron en la empresa y que fue de lo más utilizado y aprovechado. Ni que decir tiene que el cuco, el maxicosi, la hamaca, todo se guardó intacto, no había tenido uso. Un dinero tirado...
 
La gente me decía que yo tenía que ponerla en el carro y dejarla llorar, que todo era cuestión de costumbre. ¿Cómo iba a ser cuestión de costumbre? Si hasta hacía apenas un mes había estado dentro de mí, ¿cómo sabía ella distinguir el carro de la hamaca o del maxicosi? ella por lo que fuera no quería ir en ningún sitio que no fuera pegada a nosotros.
 
Así que para poder salir algo, empezamos a ir con la mochila. Era su padre quien la llevaba casi siempre. Primero porque con él ella se tranquilizaba mucho y segundo porque él sabía manejarla muy bien.
 
A mí me montó tantos pollos en la calle que cogí un miedo atroz a salir con ella. Me costó como 8 meses atreverme a salir a la calle sola con ella y sin Luisín. Yo no era capaz de controlar la situación. Ella en la mochila iba muy a gusto incluso se dormía. Mientras fuéramos andando todo iba bien, pero si parábamos la pequeña fierecilla se enfadaba y le daba igual dónde estuviéramos, aquello era un escándalo.  No soportaba toda la gente de mi alrededor mirándome con dedo acusador, como si yo fuera la culpable de sus lágrimas.
 
A parte de las señoras mayores que ya han criado a no sé cuantos hijos y a no sé cuantos nietos que se te acercan para decirte cómo tienes que hacer las cosas. Recuerdo en un paseo que la niña se puso a llorar porque nos sentamos en un banco, yo la saqué de la mochila para poder calmarla, pero ella no se tranquilizaba, se me acercó una señora y me dijo: "niño llorón, bocabajo y cachetón". Yo que estaba de los nervios y esta señora que había venido a decirme que le diera un azote a la niña, ¿pero qué tipo de locura era esta?. Por educación la miré y me callé. Era mejor no decir nada.
 
Otra vez que estaba en la farmacia, y yo llevaba a la niña en la mochila, se me acercó una señora y me dijo: "qué niña más linda, pero es una pena que le hayáis acostumbrado a ir en brazos, una pena". Pero ¿esta señora me hablaba en serio? ¿un bebé de días podría acostumbrarse a algo?.
 
Así que después de varias historias como esta decidí meterme en mi búnker, que era  mi casa y donde me sentía segura, y si salía era siempre acompañada de Luisín.
 
Esto era sólo para ir a hacer la compra o ir a la farmacia, así que no os cuento que hemos estado casi un año sin salir a cenar o a comer, sin salir a tomar algo, sin salir a visitar a los amigos, sin salir a nada. Garbancita nos lo puso todo muy difícil...

jueves, 7 de agosto de 2014

Así organizamos nuestros días

Fue un verano duro, muy duro, creo que el peor de mi vida. Garbancita sufriendo y esa sensación de impotencia, de no saber qué hacer, de sentirme tan mala madre y tan inútil  podía conmigo.
 
Llegué a un punto que entre la falta de sueño y mi estado de nervios lo único que quería era que se llevaran a Garbancita y me la devolvieran con tres o cuatro meses, que yo tuviera más fuerza y más ánimo. Me sentía incapaz de seguir adelante.
 
Otras veces pensaba en que me dieran alguna pastilla o algo que me permitiera dormir, dormir y dormir sin enterarme de nada y que los días pasaran sin ser consciente de ello.
 
No podía más. Cuando conseguía dormir algo  escuchaba música en mi cabeza, tenía la sensación de estarme volviendo completamente loca.
 
Garbancita no dormía nada de nada como no fuera en brazos, así que Luisín y yo empezamos a hacer turnos para casi todo. Por la noche yo me levantaba a darle las tomas pero luego se quedaba él con ella pasillo arriba pasillo abajo hasta que conseguía meterla dormida profundamente en la cuna, así nos aguantaba como mucho dos horas, y cuando se volvía a despertar Luisín se levantaba con ella, a veces se sentaba con ella en brazos y la volvía a dormir, y otras veces cuando no quería dormir más, la cogía y se la llevaba a la calle en el carro a ver si conseguía que el carro le empezara a gustar, pero casi siempre Garbancita terminaba en la mochila portabebés que era donde más tranquila estaba.
 
Yo dormía mientras él estaba con ella, y le relevaba a eso de las 7 u 8 de la mañana, que me levantaba y me sentaba en el sofá con ella en brazos, no hacía nada más. Sólo estar con Garbancita en brazos. Luisín se encargaba de todo lo demás, preparar comida, salir a la compra, arreglar la casa... todo. Yo aprendí hasta a ir al baño con ella en brazos si no tenía a nadie que me sustituyera.
 
A la hora de comer nos turnábamos también, primero comía uno mientras el otro sostenía a Garbancita en brazos. Era impensable ponerla en el carro, o en la hamaca, o en la minicuna unos minutos y que ella no llorara. Llegando la hora de la siesta yo me quedaba con ella en brazos sentada en el sofá, donde estaba todas las mañanas, era el tiempo que Luisín tenía para dormir algo. Así que cerrábamos todas las puertas a cal y canto para que el pobre pudiera dormir por lo menos tres horas seguidas y descansar un poco.
 
En aquellos momentos me hacían compañía la televisión, el facebook, el ipad y poco más, me pasaba el día buceando en google buscando soluciones, cuando me cansaba abría el facebook el cual me ponía muy triste porque veía a la gente tan feliz y yo estaba tan mal que me daba mucha envidia sana. Otras veces leía libros y cuando estaba saturada de todo me ponía a jugar con el móvil, desde entonces odio el Candy Crush Saga.
 
Leí varios libros que recomendaban en google, como "Dormir sin lágrimas" de Elizabeth Pantley, "Duérmete niño, el método Estivill para enseñar a dormir a los niños" del Dr Eduard Estivill, o "Un regalo para toda la vida, guía de la lactancia materna" del pediatra Carlos González. Yo trataba de aplicar todo lo que leía menos el del doctor Estivill que me vi incapaz de llevarlo a cabo. No fuimos capaces ni su padre ni yo.
 
En el de dormir sin lágrimas recomendaban acunar al bebé hasta que estuviera casi dormido y luego meterle en la cuna para que se terminara de dormir, no recuerdo la de veces que lo intenté durante las siestas. La acunaba y cuando estaba medio dormida la metía en la cuna, me aguantaba dos minutos de reloj y vuelta a empezar. A parte de no conseguir nada empecé  a tener un dolor de rodillas que casi no podía moverme, con tanto me pongo de pie me vuelvo a sentar tenía agujetas por todos lados.
 
Al mes y medio de hacer esto todos los días, desistí. No volví a intentarlo más. Después de comer la ponía en brazos y hasta que se quisiera despertar para mamar lo poco que mamaba. Eso sí, no me dejaba que yo me acomodara y echara alguna cabezadita, si la movía de posición lloraba para variar.
 
Así que así nos pasábamos los días, cuando se levantaba su padre de la siesta me la cogía para que yo pudiera ir al baño o a beber agua o a estirarme simplemente, luego la volvía a coger hasta que llegaba la hora de su baño y de mi ducha, la cual era en menos de 5 minutos para luego poder cenar y volverla a coger en brazos. 
 
Así un día y otro día y otro día. Me sentía una esclava total de ella, no tenía tiempo para nada de nada, mi vida había terminado para empezar la suya.
 
Para poder seguir, empecé a ponerme metas, y empecé a pensar que a los tres meses cambiaría todo. Luisín me decía, -no te pienses que a los tres meses porque tenga tres meses va a cambiar de un día para otro. Pero bueno en mi mente estaba que aquello iba a mejorar.
 
Así que desde entonces mi único objetivo eran los tres meses.

viernes, 1 de agosto de 2014

En busca de un buen pediatra

Nosotros estábamos desesperados, no sabíamos ya ni qué hacer ni adonde ir. Aparte de sus llantos, pobrecita mía, cuando llegaba la hora de comer era otro suplicio. Yo me ponía la pezonera y esperaba que ella succionara hasta quedar llena, leche tenía mucha. Y dolor de pecho, también.
 
Pero era arrimarla al pecho y ella gritar y gritar. No llorar porque no le salía la leche, no, era gritar. Yo me ponía muy nerviosa porque no entendía lo que le pasaba y claro me preocupaba mucho porque sabía que comía poco, muy poco. Con cuatro meses pesaba cuatro kilos.
 
Así que con esta historia fui a la primera pediatra que ya os comenté y a la que no volví jamás. Pedí cita a la otra pediatra que hay en la Cínica Belén, en Madrid, y me dieron cita para las 20.00 de la tarde. Ya me pareció algo tarde para un bebé, pero bueno había que armarse de paciencia, mi única preocupación era que ella no llorara mientras esparábamos a la consulta, porque si empezaba no paraba y era un llanto aterrador. Así que siempre llegaba a las consultas con cinco minutos de antelación para no esperar mucho.
 
Pues esta señora pediatra atendió a mi hija a las 21.30 de la noche, imaginaos mi estado de nervios, la niña tenía que mamar y yo no quería darle allí porque primero no me sentía cómoda y segundo, ella era arrimarse al pecho y gritar. Así que esos espectáculos los dejaba sólo para casa.
 
Lo que os digo, la atendió a esa hora pero no me dijo nada nuevo, que la niña estaba baja de peso, que si no era capaz de sacar del pecho que le diera biberón y que los cólicos ya se le pasarían. Vamos nada de nada.
 
Aún así decidimos probar con el biberón, pero nada de nada, la niña no quería biberón, no era capaz de succionar, o eso pensaba yo. Así que me obsesioné con que quizá tenía frenillo.
 
Una de aquellas noches que ella se puso malita, fuimos a urgencias un día más, y allí (Hospital San Rafael, Madrid) nos atendió un pediatra serio pero con bastante experiencia que me dijo que los niños no eran más que lógica. ¡Lógica pensaba yo para mis adentros, lógica! El caso es que este señor me dijo que a la niña tenía que darle 10 minutos un pecho y otros 10 minutos el otro y que con eso ya había comido, que si se quería quedar en el pecho más tiempo, eso ya era vicio. Y para los cólicos nos dio un producto nuevo para nosotros, de ese no habíamos escuchado hablar, Colikind se llamaba.
 
Llegué a casa aún más liada si cabía, en todos sitios había leído que se daba primero un pecho hasta que no quisiera más, que primero estaba la leche más acuosa y al final la grasilla que a ella la engordaba. Entonces si yo le daba sólo 10 minutos, ¿cómo sabía si había llegado a la grasa?, ¿cómo sabía que había tomado la leche que ella necesitaba? no podía parar de culparme. Estaba hecha un auténtico lío y no tenía ni idea de qué hacer.
 
Fuimos a otro pediatra en el Hospital Nuestra Señora de América, Madrid. Yo necesitaba respuestas, tenía la sensación continua de que algo no iba bien. Me atendió un señor mayor con mucho olor a tabaco que no le hizo ni caso a la niña. Sólo nos pidió que la desnudáramos para pesarla, con tan mala suerte que la niña se hizo caca, y a este señor le sentó muy mal, con lo cual, la pesó y nos mandó para casa diciendo que la niña estaba baja de peso y sin solución alguna.
 
Yo cada día estaba más desesperada, era una pasada el dolor de pecho que yo tenía, lo poco que la niña mamaba, lo mucho que la niña lloraba, y la cantidad de leche que se me salía. No había manera de controlar aquello.
 
Decidimos llevarla al pediatra de la Seguridad Social. Un señor seco, muy seco con el que ya os contaré, me llevo bastante mal. Este señor la midió y la pesó, nos dijo que estaba baja de peso, para variar, y que si la niña no quería comer que no la forzáramos, que la niña gritaría porque no quería más. Yo le dije que me había planteado la posibilidad de que la niña fuera intolerante o alérgica a la proteína de vaca, y me dijo que no, porque la niña no tenía heridas, ni rojeces ni granitos en la piel. Que yo era una madre primeriza un poco obsesionada.
 
Pues eso que la culpa era mía por ser madre primeriza. Yo no podía más, me parecía que el mundo se me había puesto del revés por completo. No entendía que la naturaleza fuera tan injusta haciendo sufrir a una cosita tan indefensa y haciendo sufrir a los únicos que podían protegerla. No entendía nada de lo que estaba pasando. ¿No dicen que la naturaleza es sabia? pues a mí en esto me pareció muy muy torpe.
 
Pedí cita a otro pediatra en el Hospital San Rafael, Madrid. Allí me atendió un pediatra muy majo, la verdad, pero que me dijo que mientras yo no cambiara un poco de actitud no me iba a ayudar, que tenía que cambiarme de ropa por lo menos el color, porque siempre iba de negro, que me tenía que ir a la peluquería porque siempre llevaba el pelo recogido y sin arreglar y que me diera un poco de color a la cara. Aquello me ofendió muchísimo. ¿Es que ese señor no veía mi sufrimiento? ¿No veía cómo yo estaba? No tenía fuerzas para nada.
 
Este señor nos dio unas gotas nuevas que no habíamos probado, Reuterí, las cuales compramos y nos hizo el mismo efecto que todo lo demás, ninguno. Me dijo que le diéramos la leche con cereales en forma de papilla con cuchara, a una niña de dos meses. ¿En serio? ¿Papilla con dos meses?. Salí más que escandalizada, aquello me parecía una atrocidad pero él era el médico y yo sólo una madre primeriza. Ni que decir tiene que no fui capaz de dárselo, veía aquello como muy avanzado, ¿cómo iba a tomar papilla si no era capaz de succionar casi?
 
A los 15 días fuimos a revisión pero él no estaba, estaba una colega suya que me volvió a decir que la niña estaba baja de peso y que si en una semana no había cogido 100gr teníamos que llevarla a urgencias. Me pidió no sé cuantas pruebas de cabeza y cadera... nada que ver con mi preocupación que eran los cólicos y su alimentación.
 
Como no había cogido peso a la semana fuimos a urgencias como me había dicho ella, y allí me preguntaron que para qué iba. Yo les conté lo de la pediatra y que la niña no había ganado peso y me dijero que la harían un análisis de orina y poco más. Se lo hicieron, todo dio perfecto y para casa. Yo seguía igual. Sin encontrar respuestas.
 
Mis amigas trataban de ayudarme, cada una me contaba su experiencia o me recomendaba a alguien, así fue como me puse en contacto con varias madres que llevaban foros de lactancia y eran doulas. Les conté todo, y me intentaron ayudar mucho pero como no estábamos cerca no me podían decir exactamente por qué la niña mamaba tan mal. Sólo me dijeron que me tranquilizara y que todo iría cambiando. Una de las doulas podía venir a casa, yo estaba deseando pero era tanto lo que había tenido que comprar para Garbancita que no tenía dinero, con lo cual no podía pagárselo. Así que nada, decidimos seguir para adelante con nuestra angustia y con los gritos de mi niña.
 
Nos hablaron de un pediatra en La Coruña y aprovechando que íbamos a ver a la familia, decidimos pedir hora. No me quiero ni acordar de aquel viaje, ella con dos meses y medio y sin parar de llorar durante cinco horas. Parecía que la estábamos matando. Luisín conduciendo y yo atrás con ella, no sabía qué hacer, le agarraba la mano, le hablaba, le cantaba pero nada, ella llorar y llorar. Yo cada vez más hundida. Paramos en un área de servicio para darle de comer, nos pusimos en la parte más apartada, donde nadie pudiera vernos y menos mal, porque fue empezar a darle el biberon y ella gritar y llorar aún más. Algo teníamos claro, pulmones tenía. Aquello fue una tortura de verdad. Y aún quedaba la vuelta. Yo me quería morir.
 
Le llevamos a aquel famoso pediatra, y la verdad que muy majo nos dijo que los niños tienen instinto de supervivencia y que morirse de hambre no se iba a morir, que si no quería más de 90ml que no le diera más y nos recomendó una leche que estaba medio digerida o algo así me explicó. Una leche carísima pero que Garbancita tomaba bastante bien en comparación con las otras. Así que nada, hasta los 6-7 meses le estuvimos dando esa leche, comía poco pero comía. Eso sí para poder encontrar la leche también tuvimos que remover Roma con Santiago.
 
Yo me ponía súper nerviosa cuando la niña no tomaba más de 50 ó 60ml de leche, pero para tranquilizarme pensaba en eso, bueno no se va a morir porque tiene instinto de supervivencia... y con esta frase tiraba para adelante.
 
Decidí dejar de darle el pecho a los 2 meses y medio porque las dos lo pasábamos muy mal, y me parecía absurdo seguir con aquella tortura. Me sentí la peor madre del mundo porque se ha creado un gran misticismo acerca de la lactancia materna, pero de verdad que cuando no se puede, no se puede. Nosotras en vez de unirnos con el pecho, nos alejábamos.
 
Probamos todo lo habido y por haber en cuestión de biberones, tetinas, leches para que la niña comiera, finalmente ella eligió su biberón, el más caro y difícil del mercado, el de Medela y continuamos con esa angustia hasta los 6 meses que le cambiamos la alimentación.
 
A día de hoy seguimos sin encontrar buen pediatra, la llevo al de la Seguridad Social porque es el que me lleva el tema de las vacunas y el que me pilla más cerca de casa, pero ya os contaré todo lo que me ha pasado con él.

Desde aquí quiero rendir homenaje a Susana Sanz, que fue matrona del hospital de Alcalá de Henares, que con toda su santa paciencia estuvo ayudándome a todo vía móvil y dándome ánimos para seguir adelante. Por desgracia Susana ya no está entre nosotros pero es mucho todo lo que le tengo que agradecer. Gracias Susana.
 
 

lunes, 21 de julio de 2014

Los Temidos Cólicos

Los temidos cólicos era la razón que nos daban por la que Garbancita lloraba tanto, nosotros no teníamos ni idea de qué eran los cólicos.

Una noche a las dos de la madrugada tuvimos que ir a urgencias porque Garbancita no paraba de llorar, qué día más malo. Llegamos allí y hasta que nos dieron paso no tranquilizó nada. El pediatra la miró, la pesó y la auscultó, 
-nada esta niña sólo tiene cólicos, que le pongan una sonda. Eso sí está baja de peso.

¿Sólo cólicos dijo? madre mía pobrecita si llevaba sufriendo ni se sabe cuantas horas. Era tan fuerte su dolor que hasta nos arañaba el pecho cuando la teníamos en brazos.

Nos pasaron a un box y allí una enfermera y una auxiliar le pusieron una sondita, ¡ay cuando vi aquello! pero ¿qué le iban a hacer a mi hija? ¿para qué era ese tubito?. No se me olvidará la cara de desesperación de mi niña cuando empezaron a meterle eso por el culito, el padre me miraba con unos ojos de dolor, de desazón, de angustia… y yo no podía hacer otra cosa que llorar y mirar para otro lado.

Que rato más malo pasamos, mi Garbancita, no paraba de llorar, pero sí tengo que decir que una vez le salió todo el aire por la sonda, ella se relajó. Comer no comió pero una vez llegamos a casa le costó poco dormirse, estaba rendida.

Eso sí, Garbancita era montarla en el coche y llorar como una condenada, como si no hubiera un mañana y se le acabara el mundo. Yo escuchaba a la gente que decía: -pues cuando mi hijo era pequeño le tenía que montar en el coche para que se durmiera.
O -Si el niño lloraba de madrugada me lo bajaba al coche, le daba una vuelta y se dormía como un angelito.

Todo eso para mí era realmente utópico.

Pues como os decía, nosotros no teníamos ni idea de qué eran los cólicos, así que me puse a investigar los ratos que ella estaba dormida en mis brazos.

Leí de todo, desde que era que su estómago aún se estaba desarrollando, que era aire que cogían al chupar, que eran pequeños retortijones porque las tripas se les estaban colocando, hasta leí que el pediatra Carlos González, del cual leí varios libros, decía que los cólicos no existían. Que era algo de nuestra raza y nuestra época: Los pueblos que llevan a los bebés colgados a la espalda todo el día ni siquiera tienen una palabra para hablar del “cólico”. 

¿Cómo era eso de que no existían? Garbancita tenía algo, no iba a llorar así porque sí, por mucho que fuera un bebé como me decía mucha gente, aquello no era normal.

También leí que los cólicos eran sólo por la noche. Para nosotros no. Para nosotros si lo que ella tenía supuestamente, eran cólicos, ella los tenía, mañana, tarde y noche. No descansaba ni tranquilizaba nunca. Así que aquello se convirtió en la pescadilla que se muerde la cola, si no come bien no duerme bien, si no duerme bien no come bien… y así continuamente.

Yo llegué a tal punto de estrés y angustia que se me olvidó hasta comer, entre otras muchas cosas claro, mi única preocupación era que ella no llorara y estuviera tranquila, vivía sólo para, por y con ella. La situación me absorbió por completo. Me olvidé de todo y de todos, me olvidé de mí. Me empecé a hundir, hundir y hundir, aquello fue una caída en picado.

Busqué soluciones por todos sitios, leí, pregunté, investigué, escribí a varios expertos pero nada daba resultado. Le hicimos todo tipo de masajes, le dimos todo tipo de potingues, remedios que nos aconsejaron, nos gastamos mucho dinero probando cosas nuevas de la farmacia, de la herboristería, de homeopatía… nada si la niña tenía cólicos, no se le calmaban con nada.

A la primera pediatra que fui y a la cual no volví nunca más me dijo -ah sí, serán cólicos aunque si me decís que la niña llora mañana, tarde y noche, eso no son cólicos será otra cosa.

Así, sin más, ni me mandó pruebas, ni me recomendó algo, nada de nada. Se quedó tan ancha con esa respuesta. Bueno casi me da algo y a Luisín ni os cuento.

Así que ya sabéis ni se os ocurra ir a ninguna de las pediatras de la Clínica Belén, son unas incompetentes y no les gustan los niños.

Nosotros seguimos buscando soluciones, fuimos más de cinco veces a urgencias en menos de dos semanas. Ya les decíamos a las enfermeras, en plan broma, “ este body no se lo conocíais y quería enseñároslo”. Teníamos que quitar hierro al asunto. En el hospital nos conocía todo el mundo. No sé cómo no nos nombraron “pacientes del mes” . 

Por fin, una amiga me dijo que había osteópatas que trataban ese tipo de problemas. Buscamos por internet a ver qué decían del tema, y encontramos una clínica que se dedicaba casi en exclusiva a los problemas de los bebés y los niños.

No tardamos nada en llamar para que nos dieran cita a ver qué pasaba. Se llama CLÍNICA VASS. Fuimos el primer día y nos trataron realmente bien, sobre todo trataron de tranquilizarnos. Cogieron a la niña y le dieron unos masajes muy especiales por todo el cuerpo. La niña lloró mucho, me imagino que se asustaría porque la postura era de todo menos normal.

Sólo con el primer masaje conseguimos que la niña tranquilizara un poco, seguía teniendo el dolor, o lo que tuviera pero ya no le duraba horas, le duraba muchísimo menos y se calmaba mucho antes.

En tres sesiones conseguimos que Garbancita durmiera un poco más y tardara menos en coger el sueño. Ya no tenía tanto dolor. Fue el único dinero bien empleado.


Desde aquí dar muchas gracias a LA CLÍNICA VASS por su trato y su preocupación por los bebés. Sea el problema que sea siempre tratan de buscar una solución.

miércoles, 9 de julio de 2014

Probando todo lo que se podía comprar

Pues como os dije, Garbancita, tenía el síndrome de la cuna con pinchos. Ella se dormía en brazos, pero era ponerla en la cuna y despertarse como un resorte.

Temíamos las tomas nocturnas, porque le costaba mucho mamar, gritaba, lloraba, hasta que por fin lo conseguía, luego venía el cambio de pañal e intentar dormirla, era toda una aventura, nos costaba horas, y cuando ya lo habíamos conseguido, nos tocaba la siguiente toma. Vuelta a empezar.

Una vez que conseguíamos que se durmiera, era ponerla en la cuna y ponerse a gritar. Otra vez a cogerla en brazos y a pasear pasillo arriba pasillo abajo.

Yo estaba desconsolada, hecha polvo, con las hormonas revolucionadas... no podía más. Tengo que agradecer que en todos estos momentos, conté con la ayuda de Luisín, que por suerte o desgracia estaba y está en paro. Con lo cual no me dejó ni una noche sola con Garbancita llorando sin parar y yo sin saber qué hacer con ella.

Así que nuestras noches se convirtieron en largos paseos con ella en brazos e intentando calmarla, unas veces nos costaba dos horas, otras tres y otras no dormíamos en toda la noche. A día de hoy, no sé cómo pudimos aguantar.
 
Voy a hacer un inciso aquí: en Madrid estamos solos, pero nuestras familias intentaron echarnos una mano viniendo a acompañarnos, lo que pasa que entre la nueva situación, los llantos de Garbancita, el carácter de cada uno resultó ser peor el remedio que la enfermedad.

Probamos todo lo habido y por haber en el mercado. Nos dijeron que le pusiéramos un proyector con estrellas y música para que se tranquilizara y cogiera el sueño. Fuimos a comprarlo, que anda que no cuestan. Compramos una tortuga monísima, rosa, con estrellitas y distintos colores, y ¿para qué? para nada, Garbacita dormía bocabajo y no veía ni sentía ni las estrellas, ni la música ni nada.

Ahí tenéis a la tortuga.
Con todo a oscuras proyecta estrellas y tiene música.
 

Que compráramos el cojín antivuelco porque ella se sentía como protegida y sentía tope en la cabeza como cuando estaba en el vientre materno. Mandé a Luisín a comprarlo, pero los precios nos parecieron desorbitados, así que con nuestra inexperiencia, tiramos de ingenio, lo poco ingeniosos que podíamos ser en aquella época, porque nuestras neuronas dormían continuamente, el caso es que le pusimos una toalla enrollada alrededor de su cuerpecito. Ni tope, ni nada, ella seguía llorando sin parar. Sólo se calmaba en brazos y a veces ni eso.

Nos sugirieron que le compráramos un móvil, de estos que pones en la cuna, gira y tiene música. Ese por suerte nos le habían regalado. Lo sacamos de su embalage y Luisín se lo colocó con toda su santa paciencia, y ¿para qué? para nada porque ella como ya os he dicho, dormía bocabajo y no le gustaba nada que no fueran los brazos.

 

El móvil es de Imaginarium. Hay muchos en el
mercado, pero todos similares.
 
 

Llegamos a un punto en el que cuando se quedaba dormida no se oía nada en nuestra casa, las puertas se cerraban y no se volvían a abrir, nos sabíamos las tablas de la tarima del suelo que teníamos que pisar para que no crujieran, quitamos el volumen a todos los teléfonos, las pilas a todos los relojes, la luz al telefonillo y al timbre de la puerta. Creamos hasta un sistema para que los vecinos pudieran llamar a casa y que Garbancita no se despertara. (En realidad nos valió de poco).
 

 
 
 
Así que ante la necesidad nuestra de dormir y la suya de estar en brazos empezamos a hacer turnos. Por la noche cuando se despertaba para las tomas, yo me levantaba y le daba el pecho, como luego no había forma de que se volviera a dormir, su padre se quedaba con ella paseando a oscuras susurrándole por toda la casa. Si conseguía que se durmiera la metía en la cuna, si no lo conseguía esperaba hasta la siguiente toma.
 
El padre de la criatura dormía sólo tres horas al día... en el próximo post, os contaré cómo lo hacíamos.