Fue un verano duro, muy duro, creo que el peor de mi vida. Garbancita sufriendo y esa sensación de impotencia, de no saber qué hacer, de sentirme tan mala madre y tan inútil podía conmigo.
Llegué a un punto que entre la falta de sueño y mi estado de nervios lo único que quería era que se llevaran a Garbancita y me la devolvieran con tres o cuatro meses, que yo tuviera más fuerza y más ánimo. Me sentía incapaz de seguir adelante.
Otras veces pensaba en que me dieran alguna pastilla o algo que me permitiera dormir, dormir y dormir sin enterarme de nada y que los días pasaran sin ser consciente de ello.
No podía más. Cuando conseguía dormir algo escuchaba música en mi cabeza, tenía la sensación de estarme volviendo completamente loca.
Garbancita no dormía nada de nada como no fuera en brazos, así que Luisín y yo empezamos a hacer turnos para casi todo. Por la noche yo me levantaba a darle las tomas pero luego se quedaba él con ella pasillo arriba pasillo abajo hasta que conseguía meterla dormida profundamente en la cuna, así nos aguantaba como mucho dos horas, y cuando se volvía a despertar Luisín se levantaba con ella, a veces se sentaba con ella en brazos y la volvía a dormir, y otras veces cuando no quería dormir más, la cogía y se la llevaba a la calle en el carro a ver si conseguía que el carro le empezara a gustar, pero casi siempre Garbancita terminaba en la mochila portabebés que era donde más tranquila estaba.
Yo dormía mientras él estaba con ella, y le relevaba a eso de las 7 u 8 de la mañana, que me levantaba y me sentaba en el sofá con ella en brazos, no hacía nada más. Sólo estar con Garbancita en brazos. Luisín se encargaba de todo lo demás, preparar comida, salir a la compra, arreglar la casa... todo. Yo aprendí hasta a ir al baño con ella en brazos si no tenía a nadie que me sustituyera.
A la hora de comer nos turnábamos también, primero comía uno mientras el otro sostenía a Garbancita en brazos. Era impensable ponerla en el carro, o en la hamaca, o en la minicuna unos minutos y que ella no llorara. Llegando la hora de la siesta yo me quedaba con ella en brazos sentada en el sofá, donde estaba todas las mañanas, era el tiempo que Luisín tenía para dormir algo. Así que cerrábamos todas las puertas a cal y canto para que el pobre pudiera dormir por lo menos tres horas seguidas y descansar un poco.
En aquellos momentos me hacían compañía la televisión, el facebook, el ipad y poco más, me pasaba el día buceando en google buscando soluciones, cuando me cansaba abría el facebook el cual me ponía muy triste porque veía a la gente tan feliz y yo estaba tan mal que me daba mucha envidia sana. Otras veces leía libros y cuando estaba saturada de todo me ponía a jugar con el móvil, desde entonces odio el Candy Crush Saga.
Leí varios libros que recomendaban en google, como "Dormir sin lágrimas" de Elizabeth Pantley, "Duérmete niño, el método Estivill para enseñar a dormir a los niños" del Dr Eduard Estivill, o "Un regalo para toda la vida, guía de la lactancia materna" del pediatra Carlos González. Yo trataba de aplicar todo lo que leía menos el del doctor Estivill que me vi incapaz de llevarlo a cabo. No fuimos capaces ni su padre ni yo.
En el de dormir sin lágrimas recomendaban acunar al bebé hasta que estuviera casi dormido y luego meterle en la cuna para que se terminara de dormir, no recuerdo la de veces que lo intenté durante las siestas. La acunaba y cuando estaba medio dormida la metía en la cuna, me aguantaba dos minutos de reloj y vuelta a empezar. A parte de no conseguir nada empecé a tener un dolor de rodillas que casi no podía moverme, con tanto me pongo de pie me vuelvo a sentar tenía agujetas por todos lados.
Al mes y medio de hacer esto todos los días, desistí. No volví a intentarlo más. Después de comer la ponía en brazos y hasta que se quisiera despertar para mamar lo poco que mamaba. Eso sí, no me dejaba que yo me acomodara y echara alguna cabezadita, si la movía de posición lloraba para variar.
Así que así nos pasábamos los días, cuando se levantaba su padre de la siesta me la cogía para que yo pudiera ir al baño o a beber agua o a estirarme simplemente, luego la volvía a coger hasta que llegaba la hora de su baño y de mi ducha, la cual era en menos de 5 minutos para luego poder cenar y volverla a coger en brazos.
Así un día y otro día y otro día. Me sentía una esclava total de ella, no tenía tiempo para nada de nada, mi vida había terminado para empezar la suya.
Para poder seguir, empecé a ponerme metas, y empecé a pensar que a los tres meses cambiaría todo. Luisín me decía, -no te pienses que a los tres meses porque tenga tres meses va a cambiar de un día para otro. Pero bueno en mi mente estaba que aquello iba a mejorar.
Así que desde entonces mi único objetivo eran los tres meses.